“SENTADO EN
El otro día vino a vernos un hombre que había viajado muchísimo, que había visto muchísimo y escrito una que otra cosa; era un hombre algo viejo, con una barba bien cuidada; se hallaba decentemente vestido, sin el desaliño de la vulgaridad. Cuidaba sus zapatos, sus ropas. Aunque era extranjero hablaba un inglés excelente. Le dijo al hombre que estaba sentado en la playa observando, que había hablado con muchísima gente, que había discutido con algunos profesores y estudiosos, que mientras estuvo en
Dijo: "¿Qué podemos hacer con respecto a esta sociedad? No pequeñas reformas insignificantes aquí y allá, cambiar un Presidente por otro, o un Primer Ministro por otro, son todos más o menos de la misma dinastía, no pueden hacer mucho porque representan la mediocridad o tal vez menos aún que eso: la vulgaridad; desean alardear, jamás harán nada. Producirán reformas mínimas aquí y allá, pero la sociedad proseguirá su curso a pesar de ellas". Él había observado las diversas sociedades y culturas y había advertido que no son muy diferentes en lo fundamental. Parecía ser un hombre muy serio que sabía sonreír, y habló acerca de la belleza de este país, de su vastedad, de su diversidad desde los desiertos ardientes al esplendor de las montañas rocosas. Uno lo escuchaba como podría escuchar y contemplar el mar.
El Orden Interno
No es posible cambiar a la sociedad a menos que cambie el hombre. El hombre -uno mismo y los demás- ha creado estas sociedades por generaciones y generaciones; todos hemos creado estas sociedades desde nuestra mezquindad, desde nuestra codicia, nuestra envidia, nuestra brutalidad, nuestra estrechez de miras, nuestra competencia, nuestra violencia y demás. Somos los responsables de la mediocridad, de la estupidez, de la vulgaridad, de toda la insensatez tribal y del sectarismo religioso. A menos que cada uno de nosotros cambie radicalmente, la sociedad jamás cambiará. Está ahí, la hemos hecho nosotros y después ella nos hace ser lo que somos. Nos moldea tal como la hemos moldeado. Nos encaja en un patrón y el patrón lo introduce en una estructura; esa estructura es la sociedad.
Y así es como esta acción prosigue interminablemente, como el mar con la marea que se aleja y después regresa, a veces muy, muy lentamente, y otras rápidamente peligrosamente. Va y viene: acción, reacción, acción. Tal parece ser la naturaleza de este movimiento, a menos que dentro de nosotros exista un orden profundo. Ese orden mismo producirá orden en la sociedad, no mediante la legislación, los gobiernos y todo eso, aunque mientras haya desorden y confusión, proseguirán la autoridad, las leyes que son creadas por nuestro propio desorden. La ley es una hechura del hombre, un producto del hombre tal como lo es la sociedad. De modo que lo interno, la psique, crea lo externo conforme a su limitación; y lo externo controla entonces lo interno y lo moldea. Los comunistas pensaban, probablemente siguen pensándolo, que controlando lo externo, elaborando ciertas leyes, regulaciones, instituciones, ciertas formas de tiranía, pueden cambiar al hombre. Pero hasta ahora no han conseguido su propósito y jamás lo conseguirán. Esta es, asimismo, la actividad de los socialistas. Los capitalistas lo hacen de un modo diferente, pero es la misma cosa. Lo interno domina siempre lo externo, porque lo interno es más fuerte, mucho más vital que lo externo.
¿Puede este movimiento detenerse alguna vez? Lo interno que crea al medio psicológico externo, y lo externo, las leyes, las instituciones, las organizaciones que tratan de moldear al hombre, de moldear su cerebro para que actúe en cierta dirección; y el cerebro, lo interno, psique, que se modifica entonces eludiendo lo externo. Este movimiento ha proseguido durante todo el tiempo que el hombre ha estado sobre esta Tierra, ha proseguido crudamente, superficialmente, a veces brillantemente, siempre lo interno dominando a lo externo, como el mar con sus mareas que van y vienen. Uno debería realmente preguntar si este movimiento puede detenerse alguna vez, este movimiento de acción y reacción, de odio y más odio, de violencia y más violencia. El movimiento cesa cuando sólo existe el observar, un observar sin motivo, sin reacción ni dirección alguna.
La dirección aparece cuando hay acumulación. Pero la observación, en la que hay atención, percepción directa y un gran sentido de compasión, tiene su propia inteligencia. Esta observación y la inteligencia actúan. Y esa acción no es un flujo y reflujo. Pero esto exige un gran estado de alerta, requiere que las cosas se vean sin palabras, sin el nombre, sin reacción alguna; en ese observar hay una gran vitalidad, una gran pasión”.
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